viernes, 23 de diciembre de 2011

Cuento de Navidad

No lo puedo evitar, me gusta la Navidad. Y no sé por qué cuando digo esto me asalta un sentimiento de culpabilidad, incluso de vergüenza, como si esa no fuera la pose correcta de una eterna aspirante a revolucionaria. Es como una lucha entre lo que debería ser y lo que en realidad es.
Con apenas siete años cayeron en mis manos libros como “Canción de Navidad”, “La vendedora de fósforos”, o “El soldadito de plomo” y sin querer y acurrucada en el sofá con mi  madre me tragaba “¡Qué bello es vivir!”,  o “La gran familia”. Claro, he quedado marcada de por vida.


Me gustan las luces que iluminan los pueblos y las ciudades, me gusta el humo blanco de los puestos de castañas asadas, me gusta la música en la calle, me gusta el frío, la nieve de la sierra que veo desde mi ventana, me gusta más la gente en estos días, porque pareciera que han sido atacados por los fantasmas del Señor Scrooge, y aunque sólo sea por unos días vuelvo a creer en la humanidad.
 Sí, llamadme ñoña, pero es lo que hay.
Una dulce melancolía que a veces me roba una sonrisa, y otras una lágrima, pero que en cualquier caso me seduce con un poquito de esperanza.
Pasé el umbral de la Despensa de Palacio y el olor de mantecados, turrones y otras delicias artesanales invadieron de un cálido perfume mi sentido olfativo y el tintineo de la campana de la puerta principal y la visión de las manos cuidadosas que se afanaban por envolver con delicadeza y mimo cada dulce que iría en una de esas cajas de latón que guardaríamos un año más en casa y que llenaríamos de recuerdos que abriríamos las siguientes Navidades, me obligaba a reconciliarme conmigo misma.

Esa misma sensación, es la que me regalan aquellas personas que se preocupan por hacer de estas fechas, un oasis en mitad de este desierto, un motivo de alegría, sin ellas nos dejaríamos llevar por la indolencia. Gracias a esas personas y a aquellas que lean este post y que se reconozcan como nexos conectores entre sus amigos y su familia, creando encuentros que nos salvan de la lejanía, sin importarles el esfuerzo.
“Haré honor a la Navidad en mi corazón y procuraré mantener el espíritu a lo largo de todo el año. Viviré en el Pasado, en el Presente y en el Futuro; los espíritus de los tres me darán fuerza interior y no olvidaré sus enseñanzas”.

Feliz Navidad.


domingo, 4 de diciembre de 2011

Un Dios salvaje


Esta semana he ido al cine. Sí, suena como si fuera algo excepcional, pero es que cada vez me resulta más difícil la elección. La cartelera granadina es más bien escasa y de dudosa reputación. Echo de menos mi cine Avenida, en la Sevilla de mi “arma”, donde puedo disfrutar de películas extraordinarias y donde escucho las voces y acentos de los actores, y no esos malditos doblajes absurdos que estropean el rito sagrado de perderse durante una hora y media en otras vidas y otros mundos.

“Un Dios salvaje”, esa ha sido la película escogida, animada por mi madre, cinéfila incorregible, capaz de tragarse “Ben-Hur” por cuadragésima vez este año. Acertó en la sugerencia.



Como ya sabréis, es un guión adaptado de la obra teatral de Yasmina Reza, cuyo título original es “Le Dieu du carnage”, Dios de la matanza. En España el título les debió resultar demasiado gore y por miedo a que lo asociaran a la décima entrega de “Viernes 13”, decidieron rebautizar la pieza.

 Apareció en los escenarios a finales del 2008 y fue interpretada en España por Maribel Verdú, Aitana Sánchez Gijón, Pere Ponce y Antonio Molero, todos ellos dirigidos por la directora Tamzin Townsend, que calificó el texto de “una tragedia secreta y tronchante”.



Tres años después, Polanski, escoge para su película a Jodie Foster y John C. Reilly, Kate Winslet y Christoph Waltz, y les reparte las cartas del juego y ellos, la verdad, las juegan muy bien.

La acción la desencadena una pelea entre dos de sus hijos, en la que uno de ellos, sale algo más magullado de la cuenta. Los padres del adolescente malherido deciden solucionar el conflicto mediante el diálogo, sin acudir a los tribunales, algo a lo que accede la otra pareja.

En este punto de la cuestión me acuerdo y pido por las almas de aquellos pobres profesores del siglo XXI que se han visto como mediadores en similares circunstancias, atrapados en verdaderas batallas campales y verbales, como ocurre en esta obra.

Cuatro personajes en busca de una solución que no acaba de convencer ni a unos ni a otros.

Los cuatro disfrazados de gente tolerante y liberal, donde la aspiración de ser se une también a la de parecer. La impostura de los tiempos.

Un whisky de quince años y unos puros como símbolos de una clase social. Un pastel de manzana y unos tulipanes como símbolo del refinamiento y la cordialidad. Una pseudo intelectual que cree en el poder pacificador de la cultura y se piensa con una autoridad moral superior al resto. Un vendedor con aspiraciones, domado y reprimido, con una visión del mundo a lo John Wayne. Una muñequita con ropa de firma, profesional de éxito, que sin embargo perpetúa la rémora de ser “señora de”, buscando constantemente la figura masculina que le reafirme. Un abogado sin  escrúpulos pegado a un teléfono móvil, machista y cínico.



Eso es lo que va apareciendo poco a poco a medida que las máscaras van cayendo, dejándolos desnudos de etiquetas sociales y convencionalismos.

Y comienza el baile de las emociones, y entonces, nosotros, como ellos, pasaremos a estar controlados por nuestras vísceras, como al principio de los tiempos.

Fuera de los arquetipos nos encontramos con personajes poliédricos, la esencia del mono reconvertido a hombre. Cada día con la obligación de domesticar nuestros impulsos para vivir en paz.

Pero, sin duda, lo más descorazonador es el final, un final abierto, pero que a mi modo de ver está muy cerrado.

La acción termina sin una solución al conflicto, con cuatro aspirantes a homo sapiens encerrados en sus discursos y sin puntos de acuerdo, revelando el milagro de la convivencia humana. A veces víctimas y a veces verdugos de un contrato social que hemos firmado para soportarnos.


lunes, 21 de noviembre de 2011

Una lectura de La Metamorfosis


Ocurre desde hace un año, o quizá más: no a los lugares cerrados.

No a los ascensores, no a cerrar con llave baños, habitaciones, despachos, no a las masificaciones, en fin, un NO permanente se ha instalado en mi vida…
Ya habréis dado vuestro veredicto, pero no me sirve, demasiado fácil.

“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.” Cualquiera que nos acercásemos por vez primera a esta obra de Kafka, podríamos pensar que estábamos frente a un cuento de ciencia-ficción y quedarnos sólo en la idea de la transformación de un ser humano en un insecto. Pero claro, también quedarnos aquí sería demasiado fácil.

Siempre es más sencillo asentarnos en la anécdota que adentrarnos en ese existencialismo del que nos habla la obra, de un individuo frente a la sociedad.

Albergamos un maravilloso, pero también tenebroso cúmulo de rarezas siempre dispuestas a levantar el telón y dejarnos expuestos a nuestro público. Mientras las acunamos con susurros y las engañamos con preludios de normalidad, ellas no hacen más que soliviantar a sus secuaces agazapados en todos los rincones de nuestra falsa calma para, en emboscada, caer presos de sus tiranías.
Y entonces, como Samsa, comenzamos una nueva aventura transmutados en algo diferente de nosotros mismos, y todo adquiere una nueva dimensión. Debemos acostumbrarnos a los objetos de nuestra cotidianidad y aprenderlos de nuevo y de una manera diferente. No somos los mismos, nunca más lo seremos.

Un progresivo aislamiento será el nuevo poseedor de nuestra morada. Y con cada cosa con la que nos relacionemos nos escupirá en la cara el proceso de deshumanización que va urdiendo un paño demasiado  tupido para poder escapar de él.

Nos desdibujamos, nos diluimos, nos desleímos, nos apagamos.

Quien se prestó a alimentarnos durante este proceso ahora ya duda de si somos nosotros mismos o sólo una parábola de lo que fuimos.

Los miedos y temores se han hecho fuertes en la piel que habitamos y han tiranizado todo lo que somos y seremos. La inseguridad e inferioridad de Samsa le someten a un encierro mental que luego se transformará en físico y que terminará aislándolo en su habitación, ya no sólo porque él se sienta diferente, sino porque el resto de la familia-mundo ha dejado de aceptarle.

Y el sentimiento de culpabilidad termina de alejarle de ese mundo cuyo sentido ya no es capaz de enunciar. Desarraigo y soledad que dan muerte al personaje al que encarnamos.

Esos miedos, metáfora de mi vida, se van tejiendo silenciosa y sibilinamente e irrumpen de improviso, destruyendo esa cotidianidad que no es más que la máscara que sujetamos fuertemente para no dejar caer la realidad a nuestros ojos.

Ten cuidado con los sueños intranquilos, y si te desvelas sobresaltado mira tu vientre, tu espalda, tus manos. Tú también puedes ser objeto de una metamorfosis.

Hoy, al despertar, yo también pensé que todo era un sueño y que si volvía a dormir despertaría como un ser normal, pero eso es ya materia de otra historia.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Chesil Beach



“Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil.”

Es la última frase de este comienzo la que se nos insinúa, la que nos dice que la pequeña historia que a continuación pasará ante nuestra retina asomada por el hueco de una cerradura, será también una historia de hoy.

Dos seres encontrados que van hacia el más triste de los desencuentros.

 Los vemos moverse de manera torpe como dos animalillos en una jaula, encerrados en una diminuta sala en el primer piso de una posada georgiana, mientras que en la habitación contigua, visible a través de la puerta abierta, les mira amenazante una cama de cuatro columnas, rotunda, espesa.

Dos clases sociales condenadas a entenderse. Y una tradición victoriana que aún tiene eco en sus oídos, que les hace ser conscientes de la Iglesia y la moral puritana. La cortesía y los modales que amordazan cualquier expresión del sentimiento. Ninguno se permite manifestarlos, hasta que el mar de la costa de Dorset, que les sirve de refugio, se tornará bravo y sombrío.

Unos sentimientos en comunión con la Naturaleza, reminiscencias de un pasado romántico inglés. La exuberancia sensual y tropical del jardín de los primeros momentos que se desvanece con el cambio de viento, que nos lleva el sonido de olas rompiendo, como vasos que se hacen añicos a lo lejos.


Y todos queremos que esa brisa rompa las ventanas y oxigene ese turbio aire y sobre todo los pensamientos.
Y vemos nuestro reflejo en todos aquellos planes que recorren aquellos anhelos veinteañeros, presentados por un narrador objetivo, como el entomólogo con los insectos, observando con curiosidad sus comportamientos. No queremos repetir el patrón establecido, queremos desmarcarnos de los cánones establecidos. Apenas 20 años, ¿la juventud como un valor o como un estorbo? Para ellos ser joven era un obstáculo social, un signo de insignificancia, un estado algo vergonzoso cuya curación iniciaba el matrimonio.
Parece hoy una ironía, la liberación del matrimonio, menuda contradicción, ¿pero acaso no es un empezar de nuevo? Para Edward y para Florence significaba la huida de los diversos errores parentales y prácticas anticuadas.

Pero este singular rito debe terminar por otro no menos ancestral, y esa alegría de la boda, del olor a libertad se transforma en preocupación y ansiedad en Edward, mientras que en Florence es algo más, una angustia inexpresable, apenas capaz de formulárselo a ella misma.
Están en el ’62, en las puertas de la revolución sexual, de la liberación de la mujer, del rock and roll, pero ellos aún tienen un pie en la moral conservadora y otro hacia el liberalismo, y el suelo se resquebraja bajo sus pies.

Todo es definible, expresable, pero no todo es comprehensible mediante las palabras, a veces se nos quedan pequeñas, ilegibles. En el sexo se nos quedan burdas, toscas, intimidatorias. Florence sólo conoce las palabras, tiene miedo de las palabras.

Estaban enamorados, de eso no había duda, ese amor que recala en los pequeños detalles, en ese libro de rústica, por lo general de historia, que llevaba Edward en el bolsillo de la chaqueta, por si acaso se encontraba en una cola o en una sala de espera, o la cinta que Florence llevaba en el pelo cuando practicaba en casa sus escalas y arpegios.

Se nos cuelan fragmentos de vida y el contexto otorga de sentido a las acciones de los protagonistas. Aunque el narrador hace uso de la elipsis, y el misterio de ciertos pasajes nos dispara la imaginación.
La técnica del contrapunto nos presenta de manera simultánea tiempos, lugares y personajes que nos pillan desprevenidos, alternando planos narrativos, y las digresiones refuerzan la narración e intensifican su sentido.

La ironía nos dibuja una mueca triste en la cara y la aceleración de la acción en un alarde de síntesis de la vida del protagonista en apenas ocho páginas nos deja una clara sensación de derrota.

Quizá sea así, el amor no se puede idealizar, sólo vivir, lo más honesta y transparente que podamos, entre dos.

Un microcosmo de una relación, del amor, del sexo, y también de una época, y de sus discursos, pero sobre todo, de sus silencios.









jueves, 27 de octubre de 2011

Museo Memoria de Andalucía


Hay que ver cómo nos empeñamos en mostrar la diferencia, lo llevamos en los genes, estoy segura, no hay más que ver a los pre púberes con toda clase de aparejos en su anatomía o con combinaciones extraordinarias de atuendos para ocultar o para enseñar, que de todo hay.

La idea, ser diferentes.

Y con esa misma idea jugamos cuando creemos que somos adultos, en algunos se pierden o se suavizan las diferencias externas, pero se mantienen, y en algunos se agudiza, la idea de identidad cultural.

La desemejanza que en su naturaleza abriga la inclusión es enriquecedora e incluso diría que deseable. Como la que muestra el Museo Memoria de Andalucía, dedicado a mostrar el pasado y el presente de la Comunidad Andaluza.


La conservación del patrimonio material e inmaterial de cualquier pueblo  empieza por el conocimiento del mismo, y eso es lo que pretende este espacio. Ser un ente  parlante, vivo y dinámico, que nos cuente a propios y extraños lo que fue y lo que es esta tierra, para primero amarla y después protegerla, potenciarla, conservarla y recuperarla. Y se dirige especialmente a los que acarician el germen de la disconformidad, a esos jóvenes que serán los transmisores del futuro de cualquier civilización.

Me sorprendió la forma, más que el fondo, he de reconocerlo. El Museo hace uso de los últimos recursos tecnológicos para atraer a ese público joven y cada vez más difícil de enganchar a algo que no sea digital.

El silencio clamoroso del edificio es rotundo en su expresión y es la muestra de lo que quiere ser Andalucía, avanzando hacia el futuro sin perder la visión de su pasado. De ahí las continúas referencias del edificio con elementos patrimoniales de la ciudad.

Su patio central hace clara referencia tanto en su tipología como en sus dimensiones al patio circular de Carlos V en la Alhambra, de Pedro Machuca, que nos habla de  la belleza de un patio abierto al cielo de Granada.



Alberto Campo Baeza plantea un dialogo permanente con su anterior edificio de Caja Granada, con iguales reminiscencias a elementos iconográficos de la ciudad, en este caso el interior de la Catedral granadina, transmitiendo igual rotundidad y belleza.


Nunca el hormigón tuvo tanto esplendor. Si no me  creéis, id y luego contadme.






viernes, 21 de octubre de 2011

Serendipity


Serendipity, parece la clave sonora que conseguirá trasladarnos a ese mundo mágico de cuentos o abrir esa puerta secreta de nuestro armario que de niños soñábamos nos arrastraría a conocer a personajes escapados de los libros que alimentaban nuestra fantasía.
El poder del lenguaje va mucho más allá, y la connotación de las palabras y lo que nos transmiten se enlaza perfectamente con su significado. Conexiones sonoras que trazan paisajes interiores irisados.
Prueba a pronunciarla y descubrirás de manera fortuita algo bello. Hay que hacerlo hasta en tres ocasiones, pero no basta con hacerlo sentado desde el sillón. Serendipity se alimenta de acción, pasión y sinergia.
Alguien dirá que en la propia naturaleza del azar está lo imprevisible, pero, ¿y si intentamos ponerlo de nuestro lado? Para ello, debemos saltar la norma, escoger el camino más difícil, para que la fortuna, si es que existe, nos eche una mano con nuestros sueños.
¿Por qué hemos perdido el juego como elemento intuitivo de conocimiento? Seguir esa línea de pensamiento nos puede conducir a hallazgos inesperados. Desaprender, reformular los principios de nuestra educación para no esperar siempre el mismo tipo de resultados nos puede llevar a descubrir nuevos mundos.
Pocas son las veces que damos una oportunidad al error. Cuando nos equivocamos de dirección en un viaje, o cuando perdemos un avión, o se suspende un concierto a última hora, ahí puede estar el origen de una “serendipia”. No valoramos en esos y otros muchos casos cotidianos que podemos estar ante  la eclosión de la crisálida.
Si te encuentras algún día frente a ella, piensa que si el Universo se ha conjurado para hacerlas realidad, deberías de seguir confiando en que aquellos anhelos de niños un día se cuelen por tu ventana.
¿Por qué no pruebas a abrir de nuevo la puerta de tu armario?

domingo, 17 de julio de 2011

La España Oculta

Ya había visto otras obras suyas, pero esta exposición me fascinó, abrió una ventana luminosa, a pesar de la ausencia de color en sus trabajos, y de ese constante blanco y negro con que ha pintado las múltiples historias cotidianas de los pueblos, y me perdí en la escena. Olvidé el punto de vista del artista, me engañó de nuevo y descreí de encuadres y enfoques, tan sólo escuché, a media voz, casi a modo de confesión cada capítulo.
Cristina nos desvela, como ella misma dice, el alma misteriosa, verdadera y mágica de la España popular.
Setenta encuentros inesperados con el amor, el humor, la pasión, la rabia, el dolor. Tan lejanos, pero tan cercanos al mismo tiempo. Algo de aquellas personas convertidas en personajes descubrí en mí en cada encuentro.
Me asaltó el “Volksgeist”, y me sentí más que nunca habitante de esas miradas, de esos paisajes, de esos gestos y pensé en que su destino era el mío propio, o su recreación. Y aquellas fiestas y aquellos ritos golpeaban fuerte en mi conciencia, como un “tan tan” de mis ancestros.
Sorprendo un aspecto romántico o idealizado en aquellas imágenes, quizá por lo que tienen de acontecimientos desaparecidos, o de verdad de unas gentes no mediatizadas por lo que deben sentir ni por lo que deben creer.
Finalmente, me capturó el obturador irremediablemente, y me transfiguró en esa joven. Recordé el seco calor del verano en Castilla y el olor del trigo amarillento en su madurez, el sonido de la hoz y el desgrane de la espiga y sentí las gavillas ejerciendo de noble colchón en mi costado y la trilla de mágica alfombra que mecería mi sueño. Y en ese ensueño yo también me pregunté: “Cuando un hombre…sueña algo: ¿qué es lo que más existe? ¿Él como conciencia que sueña, o su sueño?


sábado, 9 de abril de 2011

La oscuridad del día



Se me va el último resuello del día fugitivo
en la penúltima lágrima del sol,
y los sonoros ecos de la tarde murmuran
preludios de ausencias divagantes.

En la llama oscurecida de los campos
donde alumbran los alientos
de los pueblos, me escapo moribundo y
herido de muerte.

Se escuchan los sueños de las almas
que migran en otras sus
pensamientos y el mundo, en un
todo confuso, pliega al árbol de la vida
sus deseos.

Ya calman las aves sus aleteo y
se asilan en sus mantas
de paja y heno, al tiempo que
los párpados se duermen y una
luz violeta y rosácea arropa los
quehaceres rutinarios y nos
abandona al universal imaginario.

María López Castaño


martes, 29 de marzo de 2011

Los días

Hacía ya casi 4 años. Había olvidado aquella sensación de vuelta a ningún lugar, los nervios de la hora antes, las colas para sacar el billete, la espera inacabable en el andén.
Una voz nítida recordaba que estaba prohibido fumar en todo el recinto de la estación, pero no todo el mundo acataba sus órdenes; era difícil no pensar en la marcha sin la ayuda de aquel insaciable hábito para soportarlo.
Una vez más buscaba el baño antes de embarcarse de nuevo en su pequeña aventura de tres horas, pero no sabía que  eso era sólo el comienzo.
Se elevan las puertas laterales del autobús número uno y una avalancha de gente se acerca para guardar sus pertenencias en el estómago de esa gran ballena con cuatro ruedas. Otra vez a formar frente a la puerta de acceso. ¿Y ahora? ¿Qué le dan a la gente en esa bolsa?, evidentemente se trata de otra maniobra de distracción, pero funciona. Espero ansiosa mi turno y retengo mis ganas de romper el papel que envuelve mi pequeño tesoro hasta estar bien acomodada en mi asiento.
Ahora sí, una desilusionante botella de agua y unos frutos secos. No puedo dormir, tampoco leer o escribir. La claridad de algunos portátiles ilumina el interior y empiezan a proyectar una película. Por enésima vez. Debe de existir un banco limitado de estas cintas que circulan por los canales de televisión y por todo transporte público con capacidad para martirizarnos en cada ocasión que se les presenta.
Me ha tocado asiento de pasillo, no puedo ni mirar por la ventana sin intimidar a mi compañera de viaje. Aunque se hace de noche irremediablemente y ya no se distinguen las ciudades, ni puede uno pasear su mirada por el campo.
Alguien se levanta detrás de mí y avanza por el pasillo del autobús hasta llegar al lugar del conductor. Se lleva su mano derecha al interior de su chaqueta y saca algo que al principio no distingo bien, cuando su voz se eleva y grita “pare el autobús en el siguiente desvío”.


(continuará?...)

viernes, 18 de marzo de 2011

Sin destino

“Yo había vivido un destino determinado; no era ése mi destino, pero lo había vivido”.

Eleutheria frente a Némesis. Si existe el destino no puede existir la libertad. Si existe la libertad, entonces, no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino.

Quisiéramos desprendernos de la mano de György, pero es imposible, el viaje ha comenzado, ya no hay vuelta atrás.
Y sentimos su  ruptura brutal con la realidad como un mal sueño. Primero el desconocimiento, o la inocencia, o quizás el pensamiento empirista que hace que creamos que el sol siempre saldrá mañana. Un espíritu que concibe tan distinta y tan fácilmente ésto como si fuera conforme a la realidad; sin embargo, cada hecho, siempre es posible.
Y entonces,  el miedo se agarra fuerte a nuestras articulaciones y observamos, intentando poner en orden el caos.
Ovidio, en su obra "Las metamorfosis", describió el Caos como “una masa bastante cruda e indigesta, un bulto sin vida, informe y sin bordes”, pronto nos daremos cuenta de que seremos parte de ese caos.

Lo antinatural se convierte en natural y ya no hay nombres, ni caras, sólo números. Y buscamos en cada rincón un asidero a la esperanza, en un gesto, en la comida del día, en el agua.
Las heridas del cuerpo no duelen tanto como las que se quedan permanentemente en nuestro recuerdo.
Ocupar cada instante, momento por momento, hora por hora, día por día.
Y asentados en la nada más absoluta, de repente, la tuerca se afloja, la jaula se rompe, y algo se relaja en nuestro interior y volvemos a pensar seriamente en la libertad.
 
Ahora se trata de nuevo de la vida, hay que seguir viviéndola. Tú también te descubrirías así, aceptando cualquier argumento con tal de poder seguir viviendo. Esperando que en cualquier recodo, casi como una trampa inevitable, nos aguarde la felicidad.
 
 La gente con la que nos cruzamos creen entender, pero no es así, algunos incluso no quieren escuchar la verdad, otros quieren convertirla en anécdota.
 
No miremos a otro lado, la destrucción del otro, del diferente, está en nuestro mundo hoy, ahora, porque todos los horrores, los abusos, las matanzas indiscriminadas, son un Holocausto.
 
Tal y como afirma Kertész, jamás podremos asimilar el Holocausto hasta que no seamos conscientes de que aquellos nazis que apuntaban a la cabeza de los judíos podríamos ser cualquiera de nosotros, pero de la misma forma, cualquiera de nosotros podríamos ser aquel judío.




domingo, 6 de marzo de 2011

Viaje al fin de la noche

Zarandeados por las sombras que no son otra cosa que cuanto de absurdo encierra la existencia, la prosa de Celine nos conduce quebradiza, amarga y violentamente hacia el fin de la noche.
Zarpazos que rasgan la diosa rutina con la nos vendamos los ojos cada día para seguir viviendo y que amaga esa gran fatiga de la existencia, que no es sino ese enorme esfuerzo que realizamos para seguir siendo veinte años, cuarenta, más aún, razonables, para no ser simplemente, profundamente nosotros mismos, es decir, inmundos, atroces, absurdos.

La pesadilla de tener que presentar siempre un ideal universal, superhombre de la mañana a la noche, el subhombre claudicante que nos dieron.
Y nos vamos empequeñeciendo página a página, y se nos revela cuán futiles somos, por naturaleza, que sólo las distracciones pueden impedirnos de verdad morir. Y quisiéramos volver a agarrar el extremo del que nos soltamos con demasiada facilidad y volvemos a divagar sobre la felicidad y el optimismo, como todas las personas pertenecientes a la raza de los escogidos, la de los privilegios, la salud, la seguridad, y que tiene la vida por delante.
Y se nos dibuja en la cara una mueca, ¿la de la muerte? La mayoría de la gente no muere hasta el último momento; otros empiezan veinte años antes y a veces más, nos sentencia Ferdinand.
Pero todavía seguimos creyendo. Hacemos juegos malabares con las palabras y mantenemos tener un pensamiento y nos proclamamos idealistas, así llamamos a nuestros pobres instintos, envueltos en palabras rimbombantes.
Apenas queda ya algo del ser omnipotente que sujetó el libro por primera vez en sus manos.
No penséis que el amor nos redimirá de todo, no tiene un hueco en este peregrinar sin rumbo, donde la vida nos es más que un cabo de luz que acaba en la noche.

Mil y una sentencias sobre la tela de araña que nos enlaza en este emigrar del antiguo yo al que ahora se mira con sarcasmo en el espejo, encontrareis en esta cruel obra del maestro Louis-Ferndinand Céline.



viernes, 4 de febrero de 2011

Una suave cadencia

Es difícil definirla, y si te preguntara, la confusa línea que la separa del pesimismo nos alejaría de ella y dejaría de definir sus contornos como el pincel que modela la Virgen del Magnificat de Botticelli y su expresión lánguida y abstraída en su emoción.

Crecemos de la mano de pálidas y ojerosas princesas de extraña e inquietante belleza. Fuimos víctimas de canciones impregnadas de torturadores sueños. Disfrutamos de un cine asaltado por visiones y sombras. De un teatro que nos captura en la obsesión ante el transcurso del tiempo, la fragilidad, la vulnerabilidad, la ilusión y lo imprevisible de la experiencia humana. Y, por último, la Poesía como conexión inevitable a esta lívida dama.

En la soledad de la noche,
cuando apenas hay llamas encendidas,
bajo los auspicios de la nueva mañana
me rehúyes, alondra nocturna, impenitente.

Me quedo inmóvil en tu mirada,
voluble esperanto de pueblos sin nombre,
y espero el canto que ilumine el día,
que grite y que rompa la tristeza mía.

Diluida en abanicos de fuego,
te bañas pinturera y predicas sermones.
Cansada te espero.

Ya no quiebran voces, ni suspira el llanto,
Sosegada el ánima, se brinda, se ofrece,
dulce anestesia de melancolía.

María López Castaño

miércoles, 26 de enero de 2011

El Gatopardo

Creemos que es posible, que tras la revolución vendrá un nuevo estado de las cosas. Sin embargo, nos afanamos en idear palacios de cristal que se romperán con sólo mirarlos. La ruptura no es sino un espejismo que alimentamos en nuestro imaginario colectivo. Discutimos, nos alborotamos, llevamos por sistema la contraria a nuestro oponente, defendiendo ideas que establecemos como novedosas, sin saber que nuestro Homo Antecessor ya se ensimismaba en ellas, y como él, nos creemos “exploradores de nuevos continentes”.
“Las Mil” avanzan, han derrocado un poder, pero llegará otro, afectado de la misma codicia. Y todos lucharán y se aferrarán desesperadamente a su condición. Y en el camino del desencuentro van dejando un reguero de víctimas inocentes. Y los hay que creen que los otros nos conducirán a los más altos destinos, pobres. No son más que filibusteros haciendo juegos malabares con nuestra esperanza en un futuro. Narcotizados por los lenguajes demagógicos de moda nos balanceamos en un barco que hace aguas.
En antiguos regímenes, además de la necesidad de tener mucho dinero: dinero para comprar los votos, dinero para hacer favores a los electores, dinero para un tren de casa realmente resplandeciente, debías de tener un nombre. Hoy despojados de todo, inclusive de formación, esperan jactarse en el puesto y morir adheridos al sillón. ¿Qué hacer con la minúscula expresión de libertad que se nos concede? Algunos no dudan en incorporarse al nuevo movimiento de manera que resulte en su provecho. Engullen el sapo: la cabeza y el intestino descienden ya garganta abajo.
La vulgaridad se hace carne en la figura de Don Calogero, el alcalde de Donnafugata y nuevo rico. Como él, despojados de los cien impedimentos que la honestidad, la decencia e incluso la buena educación imponen a las acciones de muchos hombres, esta “clase social” se comporta en el bosque de la vida con la seguridad de un elefante, que arrancando árboles y aplastando madrigueras, avanza sin advertir siquiera los arañazos de las espinas y los lamentos de las víctimas.
Y mientras tanto, este sol violento y desvergonzado, narcotizante incluso, que anula todas las voluntades y mantiene cada cosa en una inmovilidad servil, acunada en sueños violentos, en violencias que participan de la arbitrariedad de los sueños.
“Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”.
Qué familiar me resulta todo.