domingo, 6 de marzo de 2011

Viaje al fin de la noche

Zarandeados por las sombras que no son otra cosa que cuanto de absurdo encierra la existencia, la prosa de Celine nos conduce quebradiza, amarga y violentamente hacia el fin de la noche.
Zarpazos que rasgan la diosa rutina con la nos vendamos los ojos cada día para seguir viviendo y que amaga esa gran fatiga de la existencia, que no es sino ese enorme esfuerzo que realizamos para seguir siendo veinte años, cuarenta, más aún, razonables, para no ser simplemente, profundamente nosotros mismos, es decir, inmundos, atroces, absurdos.

La pesadilla de tener que presentar siempre un ideal universal, superhombre de la mañana a la noche, el subhombre claudicante que nos dieron.
Y nos vamos empequeñeciendo página a página, y se nos revela cuán futiles somos, por naturaleza, que sólo las distracciones pueden impedirnos de verdad morir. Y quisiéramos volver a agarrar el extremo del que nos soltamos con demasiada facilidad y volvemos a divagar sobre la felicidad y el optimismo, como todas las personas pertenecientes a la raza de los escogidos, la de los privilegios, la salud, la seguridad, y que tiene la vida por delante.
Y se nos dibuja en la cara una mueca, ¿la de la muerte? La mayoría de la gente no muere hasta el último momento; otros empiezan veinte años antes y a veces más, nos sentencia Ferdinand.
Pero todavía seguimos creyendo. Hacemos juegos malabares con las palabras y mantenemos tener un pensamiento y nos proclamamos idealistas, así llamamos a nuestros pobres instintos, envueltos en palabras rimbombantes.
Apenas queda ya algo del ser omnipotente que sujetó el libro por primera vez en sus manos.
No penséis que el amor nos redimirá de todo, no tiene un hueco en este peregrinar sin rumbo, donde la vida nos es más que un cabo de luz que acaba en la noche.

Mil y una sentencias sobre la tela de araña que nos enlaza en este emigrar del antiguo yo al que ahora se mira con sarcasmo en el espejo, encontrareis en esta cruel obra del maestro Louis-Ferndinand Céline.



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