jueves, 25 de octubre de 2012

"No me cuentes tu vida" Luis García Montero


Ramón se ha enamorado de la joven rumana que trabaja para su familia. Juan, su padre, desconcertado ante esta relación decide explicarse a sí mismo a través de un diario, intentando encontrar en el pasado un punto de unión con el presente.

Una historia de tres generaciones; la que padeció el exilio tras la guerra, la que vivió la transición y la de aquellos que se enfrentan a un futuro lleno de incertidumbre.
 
 

El periodista Tom Martín Benítez fue el encargado de presentar y moderar el encuentro con Luis García Montero en la Biblioteca Pública Provincial Infanta Elena dentro del programa de encuentros literarios “Letras Capitales” y quien calificó la prosa de García Montero como de “dulce música que termina por componer un libro hermoso, lúcido, para disfrutar y mirarse en él, especialmente toda una generación”.

El poeta ha dejado que la prosa sea la armadura sobre la que descansen la inquietud y la indignación de lo que sucede hoy. Los versos, nos cuenta García Montero, se iban cargando de un tono demasiado colérico, dogmático, y el desdoblamiento del “yo” en una veintena de personajes de distinta procedencia y diferente realidad le permitía mitigar esos sentimientos y encontrar un punto de esperanza.
Una realidad ante la que sólo caben dos opciones: o la renuncia o la lucha. “El optimismo de la voluntad” de Gramsci, tal y como evoca el novel novelista.


En el devenir del libro hay una mezcla entre la realidad vivida por el poeta y la ficción, y es inevitable preguntar qué parte del libro está en su biografía. García Montero nos confiesa que no es más (ni menos) que la elaboración de una experiencia vivida, y la de sus contradicciones, como la que vive él mismo con su desprecio por la inhumanidad del capitalismo y a la vez por el horror del régimen estalinista.

Vivimos situaciones extremas, y en ellas se dan los opuestos; aquellos que pisan a los otros para salvarse y los que están dispuestos a dar su vida por su dignidad y las de los demás. No podemos convertirnos en tecnócratas, pues perdemos la capacidad de emoción, de compromiso humano.

García Montero recuerda en este punto el poema “1936” de Luis Cernuda:

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
cuando asqueados de la bajeza humana,
cuando iracundos de la dureza humana:
este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

En 1961 y en ciudad extraña,
más de un cuarto de siglo
después. Trivial la circunstancia,
forzado tú a pública lectura,
por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
en la Brigada Lincoln.

Veinticinco años hace, este hombre,
sin conocer tu tierra, para él lejana
y extraña toda, escogió ir a ella
y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
juzgando que la causa allá puesta al tablero
entonces, digna era
de luchar por la fe que su vida llenaba.

Que aquella causa aparezca perdida,
nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
sólo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.

Por eso otra vez hoy la causa te aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias porque me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.

Cernuda refiere el encuentro con un brigadista norteamericano que se había jugado la vida en su juventud para defender la libertad política de la República española. Aunque Cernuda estaba desilusionado con los acontecimientos, volvió a creer en el sentido de la lucha. Llegó incluso a afirmar que la dignidad de una sola persona asegura la nobleza de una causa y justifica a todo el género humano.
Esta idea fuerza está presente en la vida de Luis García Montero y es la que ha querido trasladarnos en su novela.


“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos” (Gramsci).
 
Por eso, ahora más que nunca, necesitamos la poesía.


lunes, 22 de octubre de 2012

El desierto de los Tártaros


Mi pequeño rincón en el mundo. Tu pequeño rincón. Una diminuta brecha que hemos  abierto con el peso de las horas sobre nuestras vidas y que acaba convirtiéndose en nuestra propia ratonera. Eso es lo que nos cuenta “El desierto de los Tártaros” de Dino Buzzati.
 
 
Caminamos despreocupados por la edad de la primera juventud, un camino que pareciera infinito, sin saber que no es más que un espejismo del árido desierto que apenas acabamos de empezar a recorrer, y en cierto punto, casi de manera inconsciente, uno se vuelve hacia atrás y se da cuenta de que la cancela se ha sellado a sus espaldas y ya no hay retorno.

Tempus fugit!, nos grita el eco de Virgilio desde las páginas del libro, como queriendo redimirnos de la esclavitud de la que seremos cómplices cautivos. Pero irremediablemente el tiempo pasa, y al igual que entonces, nos asimos fuertemente como náufragos de un barco a la deriva al “Carpe Diem” horaciano. Sin embargo, y casi desde el comienzo, sabemos que a Giovanni Drogo el tiempo le ganará la partida, como a muchos otros.

Renunciamos a lo que podría ser por miedo, por comodidad, por rutina, por todos aquellos hábitos que han conformado un nudo a nuestro alrededor que termina por parecernos confortable, mullido, amable. Ya hemos construido nuestra Fortaleza, nunca sabremos qué hay al otro lado de las montañas.
 
 

Porque la espera será el narcótico que adormilará nuestros sentidos, y transustanciada en esperanza, será la fe que nos convencerá de que en la variable aleatoria en la que juegan todos los actos de nuestra cotidianidad, sintamos que hay alguna probabilidad de éxito, que merece la pena concentrar toda nuestra existencia en ella, postergando nuestros sueños y deseos, ignorando las oportunidades perdidas.

A Giovanni Drogo “la vida se había reducido a una especie de broma, por obra de una orgullosa apuesta, todo estaba perdido”. 

La conmiseración de Dino Buzzati con su personaje al final de sus días, no es más que una autocomplacencia consigo mismo, o con todos nosotros, autores de la novela que narra nuestras vidas.
“Valor Drogo, ésta es la última carta, marcha al encuentro de la muerte como un soldado, y que tu existencia equivocada acabe bien, al menos. Véngate finalmente de la suerte, nadie cantará tus alabanzas, nadie te llamará héroe o algo similar, pero precisamente por eso vale la pena.”

No, yo no creo que esa existencia valga la pena. ¿Y tú? ¿Seguirás soñando con que el destino te reserva grandes momentos de gloria, apostado desde tu barbacana?

¿Cuál es tu Fortaleza?

 

“El desierto de los Tártaros” de Dino Buzzati (1906-1972)
http://www.italica.rai.it/scheda.php?scheda=buzzati&hl=esp
http://www.corriere.it/gallery/cultura/01-2012/buzzati/1/dino-buzzati_b2f2584c-46a5-11e1-90ee-63dee1b6b376.shtml#1

lunes, 15 de octubre de 2012

"Surmas: El tiempo detenido"


Hace muchos miles de años en un lugar al sudoeste de Etiopía, cercano a la frontera entre Kenia y Sudán habitaba una tribu seminómada, los Surmas, un pueblo altivo, de gran dignidad y sentido del honor.

Su día a día transcurría entre el pastoreo de grandes rebaños de ganado en el valle del Omo y el cultivo de cereales, sorgo y maíz principalmente, aunque también eran recolectores de miel.

Cubrían sus cuerpos con pinturas y adornos que paseaban por las llanuras cubiertas de hierba. Dibujos corporales, ornamentos elaborados con ramas y hojas o escarificaciones, que utilizaban como elemento intimidatorio hacia otros grupos étnicos enemigos.

Ellos muestran diversos trazados geométricos. Pintan todo su cuerpo con tiza blanca mezclada con agua, a veces mezcladas con ocre u otros tintes obtenidos de la tierra, luego, con las yemas de los dedos van retirando partes de esa pintura creando líneas serpenteantes, horizontales, verticales, formas redondas y planos diagonales.
 

Ellas, a la edad de veinte años, agujerean su labio inferior para colocar un platillo de arcilla cocida, calabaza o madera, que con el tiempo, van cambiando por platillos cada vez mayores; cuanto mayor sea este platillo, mayor será la dote que tendrá la oportunidad de pedir, consistente generalmente en cabezas de ganado.


Entre noviembre y febrero, los jóvenes Suri practican el Donga, un tipo de lucha ritual con largas varas, “Donga”, en el que se juegan el prestigio de su comunidad y la posibilidad de celebrar un buen casamiento.
 
 

En realidad, siguen allí, en esas tierras. Como vestigios de un ayer no tan lejano.
Si tuvieras la oportunidad de viajar hasta el sur del país podrías encontrarlos, y reencontrarte con tus ancestros.
No han perdido el color de sus gestos, pero éstos se mantienen como tradición, perdiendo en cierta forma su sentido original.
Ahora son muchas las jóvenes que se oponen a deformarse el rostro con la perforación de su labio o de sus orejas, pero en la mayoría de los casos ceden por la presión que el grupo ejerce sobre ellas.
La guerra civil en Sudán, ha originado problemas para el pastoreo, lo que unido a la facilidad para la adquisición de armas automáticas ha aumentado la violencia en el territorio, lo que hace que una sinestesia se apodere de nosotros en ese momento, al observar la belleza atávica de sus gentes portando la frialdad de un objeto de destrucción y muerte.



En la sala se ven miradas de asombro, no carentes de etnocentrismo.

Salgo a la calle y al mirar a mi alrededor descubro bajo las ropas convencionales de la gente dibujos y marcas en su piel, algunos me sorprenden rastreando las huellas de un pasado que quizá esté ahí, dispuesto a ser desenmascarado.

 

*Alicia Núñez “Surmas: El tiempo detenido” Casa de la Provincia de Sevilla. Exposición organizada por la Fundación Unicaja, con la colaboración de la Diputación de Sevilla.