martes, 29 de marzo de 2011

Los días

Hacía ya casi 4 años. Había olvidado aquella sensación de vuelta a ningún lugar, los nervios de la hora antes, las colas para sacar el billete, la espera inacabable en el andén.
Una voz nítida recordaba que estaba prohibido fumar en todo el recinto de la estación, pero no todo el mundo acataba sus órdenes; era difícil no pensar en la marcha sin la ayuda de aquel insaciable hábito para soportarlo.
Una vez más buscaba el baño antes de embarcarse de nuevo en su pequeña aventura de tres horas, pero no sabía que  eso era sólo el comienzo.
Se elevan las puertas laterales del autobús número uno y una avalancha de gente se acerca para guardar sus pertenencias en el estómago de esa gran ballena con cuatro ruedas. Otra vez a formar frente a la puerta de acceso. ¿Y ahora? ¿Qué le dan a la gente en esa bolsa?, evidentemente se trata de otra maniobra de distracción, pero funciona. Espero ansiosa mi turno y retengo mis ganas de romper el papel que envuelve mi pequeño tesoro hasta estar bien acomodada en mi asiento.
Ahora sí, una desilusionante botella de agua y unos frutos secos. No puedo dormir, tampoco leer o escribir. La claridad de algunos portátiles ilumina el interior y empiezan a proyectar una película. Por enésima vez. Debe de existir un banco limitado de estas cintas que circulan por los canales de televisión y por todo transporte público con capacidad para martirizarnos en cada ocasión que se les presenta.
Me ha tocado asiento de pasillo, no puedo ni mirar por la ventana sin intimidar a mi compañera de viaje. Aunque se hace de noche irremediablemente y ya no se distinguen las ciudades, ni puede uno pasear su mirada por el campo.
Alguien se levanta detrás de mí y avanza por el pasillo del autobús hasta llegar al lugar del conductor. Se lleva su mano derecha al interior de su chaqueta y saca algo que al principio no distingo bien, cuando su voz se eleva y grita “pare el autobús en el siguiente desvío”.


(continuará?...)

viernes, 18 de marzo de 2011

Sin destino

“Yo había vivido un destino determinado; no era ése mi destino, pero lo había vivido”.

Eleutheria frente a Némesis. Si existe el destino no puede existir la libertad. Si existe la libertad, entonces, no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino.

Quisiéramos desprendernos de la mano de György, pero es imposible, el viaje ha comenzado, ya no hay vuelta atrás.
Y sentimos su  ruptura brutal con la realidad como un mal sueño. Primero el desconocimiento, o la inocencia, o quizás el pensamiento empirista que hace que creamos que el sol siempre saldrá mañana. Un espíritu que concibe tan distinta y tan fácilmente ésto como si fuera conforme a la realidad; sin embargo, cada hecho, siempre es posible.
Y entonces,  el miedo se agarra fuerte a nuestras articulaciones y observamos, intentando poner en orden el caos.
Ovidio, en su obra "Las metamorfosis", describió el Caos como “una masa bastante cruda e indigesta, un bulto sin vida, informe y sin bordes”, pronto nos daremos cuenta de que seremos parte de ese caos.

Lo antinatural se convierte en natural y ya no hay nombres, ni caras, sólo números. Y buscamos en cada rincón un asidero a la esperanza, en un gesto, en la comida del día, en el agua.
Las heridas del cuerpo no duelen tanto como las que se quedan permanentemente en nuestro recuerdo.
Ocupar cada instante, momento por momento, hora por hora, día por día.
Y asentados en la nada más absoluta, de repente, la tuerca se afloja, la jaula se rompe, y algo se relaja en nuestro interior y volvemos a pensar seriamente en la libertad.
 
Ahora se trata de nuevo de la vida, hay que seguir viviéndola. Tú también te descubrirías así, aceptando cualquier argumento con tal de poder seguir viviendo. Esperando que en cualquier recodo, casi como una trampa inevitable, nos aguarde la felicidad.
 
 La gente con la que nos cruzamos creen entender, pero no es así, algunos incluso no quieren escuchar la verdad, otros quieren convertirla en anécdota.
 
No miremos a otro lado, la destrucción del otro, del diferente, está en nuestro mundo hoy, ahora, porque todos los horrores, los abusos, las matanzas indiscriminadas, son un Holocausto.
 
Tal y como afirma Kertész, jamás podremos asimilar el Holocausto hasta que no seamos conscientes de que aquellos nazis que apuntaban a la cabeza de los judíos podríamos ser cualquiera de nosotros, pero de la misma forma, cualquiera de nosotros podríamos ser aquel judío.




domingo, 6 de marzo de 2011

Viaje al fin de la noche

Zarandeados por las sombras que no son otra cosa que cuanto de absurdo encierra la existencia, la prosa de Celine nos conduce quebradiza, amarga y violentamente hacia el fin de la noche.
Zarpazos que rasgan la diosa rutina con la nos vendamos los ojos cada día para seguir viviendo y que amaga esa gran fatiga de la existencia, que no es sino ese enorme esfuerzo que realizamos para seguir siendo veinte años, cuarenta, más aún, razonables, para no ser simplemente, profundamente nosotros mismos, es decir, inmundos, atroces, absurdos.

La pesadilla de tener que presentar siempre un ideal universal, superhombre de la mañana a la noche, el subhombre claudicante que nos dieron.
Y nos vamos empequeñeciendo página a página, y se nos revela cuán futiles somos, por naturaleza, que sólo las distracciones pueden impedirnos de verdad morir. Y quisiéramos volver a agarrar el extremo del que nos soltamos con demasiada facilidad y volvemos a divagar sobre la felicidad y el optimismo, como todas las personas pertenecientes a la raza de los escogidos, la de los privilegios, la salud, la seguridad, y que tiene la vida por delante.
Y se nos dibuja en la cara una mueca, ¿la de la muerte? La mayoría de la gente no muere hasta el último momento; otros empiezan veinte años antes y a veces más, nos sentencia Ferdinand.
Pero todavía seguimos creyendo. Hacemos juegos malabares con las palabras y mantenemos tener un pensamiento y nos proclamamos idealistas, así llamamos a nuestros pobres instintos, envueltos en palabras rimbombantes.
Apenas queda ya algo del ser omnipotente que sujetó el libro por primera vez en sus manos.
No penséis que el amor nos redimirá de todo, no tiene un hueco en este peregrinar sin rumbo, donde la vida nos es más que un cabo de luz que acaba en la noche.

Mil y una sentencias sobre la tela de araña que nos enlaza en este emigrar del antiguo yo al que ahora se mira con sarcasmo en el espejo, encontrareis en esta cruel obra del maestro Louis-Ferndinand Céline.