El cuadrado y el círculo, figuras básicas que nos recuerdan la simplicidad sobre la que se asienta la complejidad del mundo. Pequeños espectadores de un pretexto que se nos revela como una selección de óleos de un artista imaginario.
Empeñados en cuadrar superficies irregulares, simplificar los cálculos que nos muestren una solución efectista, deambulamos por áridas rectas que nos conducen a estériles páramos. Nos ayudamos del compás que perfila las horas y de la regla que destaca los días para acercarnos al sonido primigenio, para reconstruir en nuestra mente la obra y poder comprenderla.
Varios puntos de vista que convergen en uno, nuestro anhelo de trascender.
La descomponemos una y otra vez, intentamos aprehenderla, sostenerla un minuto en nuestra retina y devolverla a algún lugar donde adquiera sentido.
Insistir una vez más hasta comprobar que no hay más que lúnulas en nuestro cuaderno, problema irresoluble, espiral de eternidad constante que muerde nuestros dedos al acercarlos al sol.
Ya no hay más que formas obtusas, no hay teoremas matemáticos, ¿qué curvatura adquiere el pensamiento? Mi respiración y la tuya guardan secretos arcanos, son las llaves de las puertas de los irresolubles misterios. No quiero axiomas ni exactas ciencias que no me conduzcan al principio originario.
Obstinados, porfiados, volveremos al recuerdo de las formas simples que guarda la Naturaleza para descifrar el sueño de la vida.
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