Hace muchos miles de años en un
lugar al sudoeste de Etiopía, cercano a la frontera entre Kenia y Sudán
habitaba una tribu seminómada, los Surmas, un pueblo altivo, de gran dignidad y
sentido del honor.
Su día a día transcurría entre el
pastoreo de grandes rebaños de ganado en el valle del Omo y el cultivo de
cereales, sorgo y maíz principalmente, aunque también eran recolectores de
miel.
Cubrían sus cuerpos con pinturas
y adornos que paseaban por las llanuras cubiertas de hierba. Dibujos
corporales, ornamentos elaborados con ramas y hojas o escarificaciones, que
utilizaban como elemento intimidatorio hacia otros grupos étnicos enemigos.
Ellos muestran diversos trazados
geométricos. Pintan todo su cuerpo con tiza blanca mezclada con agua, a veces
mezcladas con ocre u otros tintes obtenidos de la tierra, luego, con las yemas
de los dedos van retirando partes de esa pintura creando líneas serpenteantes,
horizontales, verticales, formas redondas y planos diagonales.
Ellas, a la edad de veinte años,
agujerean su labio inferior para colocar un platillo de arcilla cocida,
calabaza o madera, que con el tiempo, van cambiando por platillos cada vez
mayores; cuanto mayor sea este platillo, mayor será la dote que tendrá la
oportunidad de pedir, consistente generalmente en cabezas de ganado.
Entre noviembre y febrero, los
jóvenes Suri practican el Donga, un tipo de lucha ritual con largas varas,
“Donga”, en el que se juegan el prestigio de su comunidad y la posibilidad de
celebrar un buen casamiento.
En realidad, siguen allí, en esas
tierras. Como vestigios de un ayer no tan lejano.
Si tuvieras la oportunidad de
viajar hasta el sur del país podrías encontrarlos, y reencontrarte con tus
ancestros. No han perdido el color de sus gestos, pero éstos se mantienen como tradición, perdiendo en cierta forma su sentido original.
Ahora son muchas las jóvenes que se oponen a deformarse el rostro con la perforación de su labio o de sus orejas, pero en la mayoría de los casos ceden por la presión que el grupo ejerce sobre ellas.
La guerra civil en Sudán, ha originado problemas para el pastoreo, lo que unido a la facilidad para la adquisición de armas automáticas ha aumentado la violencia en el territorio, lo que hace que una sinestesia se apodere de nosotros en ese momento, al observar la belleza atávica de sus gentes portando la frialdad de un objeto de destrucción y muerte.
En la sala se ven miradas de
asombro, no carentes de etnocentrismo.
Salgo a la calle y al mirar a mi
alrededor descubro bajo las ropas convencionales de la gente dibujos y marcas
en su piel, algunos me sorprenden rastreando las huellas de un pasado que quizá
esté ahí, dispuesto a ser desenmascarado.
*Alicia
Núñez “Surmas: El tiempo detenido” Casa de la Provincia de Sevilla. Exposición
organizada por la Fundación Unicaja, con la colaboración de la Diputación de
Sevilla.
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