Se me va el último resuello del día fugitivo
en la penúltima lágrima del sol,
y los sonoros ecos de la tarde murmuran
preludios de ausencias divagantes.
En la llama oscurecida de los campos
donde alumbran los alientos
de los pueblos, me escapo moribundo y
herido de muerte.
Se escuchan los sueños de las almas
que migran en otras sus
pensamientos y el mundo, en un
todo confuso, pliega al árbol de la vida
sus deseos.
Ya calman las aves sus aleteo y
se asilan en sus mantas
de paja y heno, al tiempo que
los párpados se duermen y una
luz violeta y rosácea arropa los
quehaceres rutinarios y nos
abandona al universal imaginario.
María López Castaño